placer por lo lento
A veces la velocidad viene bien, para limpiar con vientos huracanados la mugre de mil tipos de depredaciones.....
Pero la tempestad, luego de pasar, reinstala la calma, los vientos leves, la suavidad.
Hace años que nos percatamos de la levedad como el principio esencial para un mundo sustentable (1), lo opuesto de prepotencia: lo que depreda, impone, arrasa…
Con prepotencia se aumenta la exclusión, se devora la diversidad, se consumen los recursos no renovables, se pasa por encima (o de largo, o de costado) de todo lo que levemente, naturalmente, está allí quizás desde siempre.
Claro que en la vida natural también hay prepotencia: ¡los huracanes!, las especies cazadoras… Sólo que conllevan procesos ecosistémicos, equilibrados, con otras especies, otros climas, otras temporadas, y todo tiende a la conservación evolutiva, a los ciclos naturales.
En la condición humana se puede perfeccionar (a través de la educación y la cultura) esa ciclicidad.
Hace muchos años, divulgamos la idea - el ideal - de la sociedad de flujos cíclicos (2), precisamente porque nada posee la capacidad de diseñar mecanismos de autorregulación como la sociedad.
Cuentan que un caracol y una tortuga tuvieron un día la fatalidad de chocar. Cuando el caracol acudió malherido al hospital, el médico le preguntó:«¿Pero qué ha pasado?». Y puso cara de estupefacción cuando uno de los animales más lentos del planeta le respondía: «No sé, sucedió todo tan rápido».
Es uno de los chistes con los que se burlan de las prisas los habitantes de Bra. Que el reloj de su torre esté permanentemente retrasado 30 minutos no obedece a un fallo de la maquinaria ni es obra de un despistado relojero. Aquí el tiempo no importa.
Pero la tempestad, luego de pasar, reinstala la calma, los vientos leves, la suavidad.
Hace años que nos percatamos de la levedad como el principio esencial para un mundo sustentable (1), lo opuesto de prepotencia: lo que depreda, impone, arrasa…
Con prepotencia se aumenta la exclusión, se devora la diversidad, se consumen los recursos no renovables, se pasa por encima (o de largo, o de costado) de todo lo que levemente, naturalmente, está allí quizás desde siempre.
Claro que en la vida natural también hay prepotencia: ¡los huracanes!, las especies cazadoras… Sólo que conllevan procesos ecosistémicos, equilibrados, con otras especies, otros climas, otras temporadas, y todo tiende a la conservación evolutiva, a los ciclos naturales.
En la condición humana se puede perfeccionar (a través de la educación y la cultura) esa ciclicidad.
Hace muchos años, divulgamos la idea - el ideal - de la sociedad de flujos cíclicos (2), precisamente porque nada posee la capacidad de diseñar mecanismos de autorregulación como la sociedad.
Cuentan que un caracol y una tortuga tuvieron un día la fatalidad de chocar. Cuando el caracol acudió malherido al hospital, el médico le preguntó:«¿Pero qué ha pasado?». Y puso cara de estupefacción cuando uno de los animales más lentos del planeta le respondía: «No sé, sucedió todo tan rápido».
Es uno de los chistes con los que se burlan de las prisas los habitantes de Bra. Que el reloj de su torre esté permanentemente retrasado 30 minutos no obedece a un fallo de la maquinaria ni es obra de un despistado relojero. Aquí el tiempo no importa.
En esta pequeña localidad italiana de 28.000 habitantes a medio camino entre la industrial Turín y la ruidosa Génova, se camina lento, se mastica lento y se conduce lento. No se extrañe, estamos en la cuna de un nuevo movimiento, la slow life (vida lenta), surgido para luchar contra el estrés y la aceleración a los que ha sucumbido la sociedad actual.
Bra se ha autodeclarado, por decreto, slow city (ciudad lenta) y es, además, sede de un movimiento internacional, el Slow Food (comida lenta), cuyo propósito es proteger los productos locales de la extinción a la que los están sometiendo las grandes cadenas de comida rápida.
Ahora, en Bra, almuerzos y cenas son parsimonioso ritual donde se degustan quesos fabricados artesanalmente y curados en cuevas, pan recién salido del horno y frutas y verduras orgánicas. Por orden de las autoridades todas las tiendas cierran jueves y domingos; los vehículos tienen prohibido circular en la zona céntrica de la ciudad porque son precursores del estrés; todo aquel que renueve su vivienda usando madera de estuco obtendrá una hipoteca a mitad de precio y para las pequeñas tiendas familiares que vendan chocolates artesanales o quesos especiales todo son facilidades. Un caracol, símbolo internacional del Slow Food, preside todos los restaurantes de la ciudad.
El artífice de Bra, hoy presidente del Slow Food, se llama Carlo Petrini. En 1986 este periodista especializado en gastronomía se enfureció cuando vio los neones y los arcos dorados de McDonald's instalados en la mismísima plaza de España, en Roma. Y no paró hasta conseguir que el restaurante norteamericano cerrara sus puertas. De aquella gesta nació un grupo de amigos dispuestos a combatir «los demonios de la comida rápida» con garbanzos, vino y tranquilidad al comer y cocinar.
Después, la filosofía dejó de ser sólo una actitud ante la mesa y se convirtió en un modo de vida que se plasmó en las ciudades lentas. Hoy en Italia hay 35 y el movimiento, que ha hecho mella en 34 países, cuenta con 65.000 adeptos en todo el planeta.
Las pequeñas tiendas se multiplican en Bra y sus ingresos crecen al ritmo de un 15% al año. La cifra de paro (5%) es la mitad que la media del país. ¿Qué mejor ejemplo de que lo lento no está reñido con lo rentable?
Bra se ha autodeclarado, por decreto, slow city (ciudad lenta) y es, además, sede de un movimiento internacional, el Slow Food (comida lenta), cuyo propósito es proteger los productos locales de la extinción a la que los están sometiendo las grandes cadenas de comida rápida.
Ahora, en Bra, almuerzos y cenas son parsimonioso ritual donde se degustan quesos fabricados artesanalmente y curados en cuevas, pan recién salido del horno y frutas y verduras orgánicas. Por orden de las autoridades todas las tiendas cierran jueves y domingos; los vehículos tienen prohibido circular en la zona céntrica de la ciudad porque son precursores del estrés; todo aquel que renueve su vivienda usando madera de estuco obtendrá una hipoteca a mitad de precio y para las pequeñas tiendas familiares que vendan chocolates artesanales o quesos especiales todo son facilidades. Un caracol, símbolo internacional del Slow Food, preside todos los restaurantes de la ciudad.
El artífice de Bra, hoy presidente del Slow Food, se llama Carlo Petrini. En 1986 este periodista especializado en gastronomía se enfureció cuando vio los neones y los arcos dorados de McDonald's instalados en la mismísima plaza de España, en Roma. Y no paró hasta conseguir que el restaurante norteamericano cerrara sus puertas. De aquella gesta nació un grupo de amigos dispuestos a combatir «los demonios de la comida rápida» con garbanzos, vino y tranquilidad al comer y cocinar.
Después, la filosofía dejó de ser sólo una actitud ante la mesa y se convirtió en un modo de vida que se plasmó en las ciudades lentas. Hoy en Italia hay 35 y el movimiento, que ha hecho mella en 34 países, cuenta con 65.000 adeptos en todo el planeta.
Las pequeñas tiendas se multiplican en Bra y sus ingresos crecen al ritmo de un 15% al año. La cifra de paro (5%) es la mitad que la media del país. ¿Qué mejor ejemplo de que lo lento no está reñido con lo rentable?
Lentitud para comer, lentitud para circular, lentitud para vivir; en lugar de comidas rápidas, incultura alimentaria, pérdida de la producción gastronómica artesanal, incremento de las industrias monopólicas de “hamburguesas”, “patatas fritas” o “hot-dogs”, y aumento de enfermedades gastrointestinales y obesidad; necesitamos más peatones, más ciudades compactas, en lugar de ciudades dispersas, forzado requerimiento de automóviles e impulso a la velocidad ; necesitamos más horas para integrarnos, solidarizarnos, leer, escribir, gozar. Necesitamos otra sociedad, otro paradigma de desarrollo. Para hacer más sustentable la sociedad y la tierra es preciso parar ese “mundo, loco, loco, loco” (3), bajarse de él, como de una calesita desenfrenada, y recomenzar.
La “slow food” es un buen principio, la “slow city” es una meta, la “slow life” quizás es el secreto fundamental para frenar muchas prepotencias y dar puertas abiertas al auge de la levedad.
«Debemos ralentizar la vida empezando por las comidas, disfrutando los sabores propios de cada lugar y la tradición, entablando conversaciones mientras comemos, aprendiendo nuevos sabores y texturas». El lema de «Comida lenta» no es otro que «por el derecho al sabor», y con él sus partidarios reivindican la libertad para discernir entre los sabores propios de cada alimento y cada plato, el placer de disfrutar de los sabores genuinos sin necesidad de «potenciadores» artificiales.
La “slow food” es un buen principio, la “slow city” es una meta, la “slow life” quizás es el secreto fundamental para frenar muchas prepotencias y dar puertas abiertas al auge de la levedad.
«Debemos ralentizar la vida empezando por las comidas, disfrutando los sabores propios de cada lugar y la tradición, entablando conversaciones mientras comemos, aprendiendo nuevos sabores y texturas». El lema de «Comida lenta» no es otro que «por el derecho al sabor», y con él sus partidarios reivindican la libertad para discernir entre los sabores propios de cada alimento y cada plato, el placer de disfrutar de los sabores genuinos sin necesidad de «potenciadores» artificiales.
Notas:
(1) Pesci, Rubén. “De la prepotencia a la levedad”.
Editorial Fundación CEPA-FLACAM, 2002
(2) Pesci, Rubén. “Del Titánic al Velero”. Editorial Fundación CEPA, 2000.
(3)Alude a la película “Este loco, loco mundo” de 1964.
3 Comments:
Seria increible estar en una "slow city"...poder disfrutar de cada cosa con calma...caminar y observar, sentarnos a comer y poder compartir una buena conversación...pero estamos sumergidos en una ciudad extremadamente neurotica...donde las personas insisten en correr, en las mañanas cada sujeto es un obstaculo para llegar a nuestro destino, nuestros almuerzos se han vuelto estados de necesidad para no desmayarnos durante el día...simplemente una fuente energetica que nos permita seguir corriendo...
Es por eso que tengo la necesidad imperiosa de arrancar de esta ciudad... poder salir a caminar y observar todos los cuadros e imagenes que se cruzan en el camino, poder sentarme a comer y estar todo el tiempo que sea necesario....simplemente disfrutar de cada instante.
Me gusto mucho tu escrito...espero el proximo :)
Chau...nos seguimos leyendo!!!!
Es dificil cambiar la mentalidad a la hora de sentarse frente a la mesa cuando almuerzas solo en un food garden. Cómo le explicas a tantos chilenos el concepto si ni ellos mismos recuerdan ya quienes son?
Había leido ya sobre este tema, excelente post!
Marcelo: siempre hay excepciones...tienes que darte tiempo para arrancar de Stgo, lograr desconectarte aunque sea unos día... por eso yo me voy a Valdivia mañana :) ...se q es un largo viaje para tan pocos días, pero vale la pena el esfuerzo para poder caminar sin apuros por una calle y para sentarse a comer la mejor paila marina del sur :)
Te cuento a la vuelta como estuvo el viaje
Chau
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